domingo, 24 de marzo de 2013

Un cadáver a solas


La palabra silencio quedaría a mitad de camino para definir la rapaz ausencia de sonidos que rellenaba los espacios de la habitación. Más bien se le podría llamar muerte. Sobre el suelo yace el cadáver de un muchacho  de unos veinticinco años aproximadamente, cabello castaño claro y algo ancho de cintura que al parecer lleva ahí horas; el color que ha tomado su piel y los olores que se desprenden por la pudrición son las únicas cosas que hacen ruido. En la habitación de al lado, que está inundada de vapor, una de las hornallas de una cocina del siglo anterior escupe llamas bajo una pava de metal ya sin agua.
El lugar en si pareciera estar en plena descomposición, las paredes con la pintura chorreando en algunas partes, en otras directamente solo muestra revoque mal hecho, las tres puertas a medio caer, dos de las tres de madera que se quebraría sin oponer demasiada resistencia y la otra de chapa oxidada, que también cedería fácilmente ante cualquier esfuerzo mínimo.
Es solo cuestión de unas horas para que las moscas puedan sortear los obstáculos que las separan del festín de la carne muerta en estado fresco; en sucesión a su llegada alguien, alertado por el humo de la pava que se quema o se funde, podrá notar que una vida se perdió dentro de ese pequeño e inhóspito lugar y solo así. Nadie iba a visitarlo de vivo, pero quizás si tendría gente llorando en su velorio, antes, alguien tendría que reclamar el cuerpo, claro está...
  

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