La
palabra silencio quedaría a mitad de camino para definir la rapaz ausencia de sonidos
que rellenaba los espacios de la habitación. Más bien se le podría llamar
muerte. Sobre el suelo yace el cadáver de un muchacho de unos veinticinco años aproximadamente,
cabello castaño claro y algo ancho de cintura que al parecer lleva ahí horas;
el color que ha tomado su piel y los olores que se desprenden por la pudrición
son las únicas cosas que hacen ruido. En la habitación de al lado, que está
inundada de vapor, una de las hornallas de una cocina del siglo anterior escupe
llamas bajo una pava de metal ya sin agua.
El
lugar en si pareciera estar en plena descomposición, las paredes con la pintura
chorreando en algunas partes, en otras directamente solo muestra revoque mal
hecho, las tres puertas a medio caer, dos de las tres de madera que se
quebraría sin oponer demasiada resistencia y la otra de chapa oxidada, que
también cedería fácilmente ante cualquier esfuerzo mínimo.
Es
solo cuestión de unas horas para que las moscas puedan sortear los obstáculos
que las separan del festín de la carne muerta en estado fresco; en sucesión a
su llegada alguien, alertado por el humo de la pava que se quema o se funde,
podrá notar que una vida se perdió dentro de ese pequeño e inhóspito lugar y solo
así. Nadie iba a visitarlo de vivo, pero quizás si tendría gente llorando en su velorio, antes, alguien tendría que reclamar el cuerpo, claro está...
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