jueves, 3 de enero de 2013

El diario del lunes


El la miraba desde un rincón de la fiesta, estaba todo oscuro y su rincón lo estaba aún más. Era un tipo buen mozo, algo alto, barba a candado y pelo corto, casi militar pero lo cubría cierta aura de morbosidad y maquiavelismo, lo que lo hacía poco deseable a las mujeres. La muchacha, algo regordeta, baja, tetona y rubia bailaba, y de vez en cuando también lo miraba, pero con miedo y extrañeza, como a un desconocido familiar, de esos que se frecuentan de camino al super o al laburo.
El lugar era un manojo de gente de buen bolsillo y escasos recursos mentales, un galpón alejado de la ciudad, pero sin salir de ella y bien ornamentado, en vano, por lo oscuro, pero como todo, la oscuridad misma marcaba implícita un motivo, la anarquía de cuerpos desnudos y ebrios y drogados e insolentes.
Gente “fifí” rebelde entre cuatro paredes, grandes dotaciones de cocaína a disposición gratuita de toda nariz que se acercara a la barra, botellas de licores caros e impronunciables y música electrónica elaborada desde lo que parecía ser un altar por un DJ poco ingenioso, pero del mismo status que los miembros de la audiencia, mera burla al arte que terminaba por dar equilibrio a todo; equilibrio que se habría perdido por completo con la simple presencia de un “cabeza de tacho”, como ellos les dicen, alguien pobre o un negro de mierda para el resto de la gente que no hace uso de prejuicios.
Volviendo a ellos dos; el caminó hacia ella con la mirada fija y vacía. Ella comenzó a asustarse, pero siguió bailando, después de todo, estaba con su gente y todos eran civilizados, al menos entre sí.

-Hola nena- La saludó al oído en voz fuerte y clara.
-¿Te conozco?- Respondería la chica de igual manera.
-Pareciera que si ¿no?
-Creo que te vi por el barrio, pero nunca hablamos.
-Es lo que estamos haciendo ahora.
-Ah, qué bueno que seas inteligente.
-Hago mi mejor intento.
-¿Esto es un intento?
-Lo es…
-No me gustás y no creo que nada de lo que me digas pueda cambiarlo- Dijo ella y comenzó a alejarse.
-Vamos nena, me estabas mirando, nos estábamos mirando, esperé este momento toda la puta noche- Exclamó apretando los dientes con rabia, mientras con su mano apretaba el brazo de la pobre gordita falta en expresiones.
-Si te miré fue porque me mirabas con esa cara de depravado, no porque quería algo con vos, me das miedo- Ciertamente, le daba miedo y su brazo aprisionado por el fuerte apretón se había marcado debido a la fuerza aplicada sobre él y el esfuerzo por soltarse, luego se alejaría un poco.

Ahora la miraba parado en medio de la pista, ella, a dos metros de distancia se había alejado tanto como lo permite el fracaso de un chamuyo para reincorporarse a su grupo.
Este muchacho no estaba nada acostumbrado al rechazo, a pesar de siempre elegir lo que consideraba como seguro, pero, ¿Qué es lo seguro? Y más en la noche y su crueldad, aunque el resto parecía disfrutarlo, ya que la mayoría había encontrado una pareja con la cual tener sexo, dejando así mucho lugar en la pista y abarcando casi por completo los sillones que estaban ahí justamente para eso.
Todo terminó, cada quien subiría a su auto para volver a casa, camino a los coches la volvió a cruzar.

-Vamos nena, te tiro hasta tu casa, vivimos en el mismo barrio- Barrio privado, por supuesto.
-No te conozco y sé que vivimos cerca, pero tengo quien me lleve, así que gracias… pero no gracias- Minutos después, tras la partida de su acosador subiría a un Land Rover con otro muchacho.
-¡Andá gorda del orto!- Le gritó, ella se alejaba, el arrancó reventando en odio mientras miraba por el retrovisor como ella continuaba conversando con sus amigas antes de subir al Rover.

Se cercioró de llegar rápido al barrio, que tenía en su entrada una garita para un guardia obeso y viejo, lo saludó con un gesto y siguió. Ya era domingo y el sol había asomado casi la mitad de su luz. Al llegar no guardó el Bentley de su viejo, se metió a su casa, levantó el teléfono y llamó al guardia.

-¿Alberto?
-Señor Svensson, ¿en qué le puedo servir?
-Si… vine desde el lado sur del complejo y un par de tipos que tomaban vino posados en las rejas me tiraron piedras al pasar ¿podrías ir a echarlos? Yo tengo que salir de nuevo, olvidé algo en lo de mi chica y a la vuelta paso por ahí de nuevo- Mintió, era soltero, pero el guardia sabía de quienes vivían en ese barrio lo suficiente, nombre, apellido y chismes, como de él sabía que le gustaban las gorditas y que no tenía mucha suerte.
-Sí señor, ¡ahora mismo voy para allá! ¿le dejo arriba las barreras?
-Por favor Alberto…

Alberto corría a paso lento, le tomaría un minuto llegar hasta la casa de los Svensson para fingir interés y otros siete u ocho caminar pasada la casa hasta el lado sur del basto complejo.
Salió de su casa con un fierro escondido en el abrigo y se metió rápido en el auto a esperar lo calculado; y fue ahí cuando vio el gigante Land Rover en el que la chica se había subido. Antes de la entrada había un Boulevard floreado de unos cincuenta metros, ella se bajó al comienzo de este ya que no quería ser vista con su amigovio, pudor inocente de las primeras andanzas.
Dentro del auto y una vez que el Rover estaba lo suficiente lejos, Svensson arrancó, giró en u y apuntó su auto a ella, que caminaba apenas dentro del complejo. Puso el auto a la par, se bajó, sacó su fierro del abrigo y ella no pudo oponer resistencia alguna, su cabeza quedaría magullada por dos golpes certeros y veloces; luego, rápidamente la subió al auto, tarea fácil para sus fuertes brazos. La arrojó en los asientos traseros, puso primera y salió del complejo. Lo efímero del acto no permitió a la sangre dejar rastro más que de ínfimas gotas que el gordinflón Alberto nunca vería.
Llegó al dique de la ciudad tras pasar el puesto control sin gente, en el camino le habría dado un par de golpes más para asegurarse el si por completo en esta ocasión. Buscó el lugar que solían frecuentar con sus amigos, una especie de playa lejos de la ruta y comenzó su faena. La vio ensangrentada y si bien, ya no le causaba tanto como al principio de la noche, ni mucho menos como después de esnifar tanta merca o de tomar tanto vodka, la sacó del auto, arrancó su falda corta con las manos, la puso boca abajo, sacó su verga y la apuñaló con ella una y otra vez hasta acabar, pero con la meticulosidad de no mancharse con su sangre. Luego le puso su abrigo y llenó todos sus bolsillos de piedras y cuanto objeto pesado encontró. La hizo rodar desde el borde al dique y vio cómo se hundía, con la mirada aun vacía y mientras colocaba un cigarro en su boca. Al volver, pasó por el barrio San Vicente y a no más de cien metros de un grupo de muchachos ebrios que le gritaban toda clase de cosas dejó el auto con la puerta abierta y la llave adentro. Corrió hasta la avenida más cercana y no paró hasta cruzarse con un taxi para volver a casa.

Luego de ser descuartizado, el auto sería quemado por los negros, que a pesar de la gran cantidad de sangre, no dejaron de interesarse solo por lo vendible o lo brillante y por no dejar rastro alguno, a su vez, para demostrar quién manda en el barrio y que este sea protagonista de la portada del diario.
Ella se volvería una víctima de la trata de blancas y su cara sobre un cartel de “SE BUSCA” compartiría junto a la imagen del Bentley quemado, la tapa del diario del lunes. 
El a lo sumo sería sospechoso, pero las pistas nunca alcanzarían de todas formas.

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