Hoy,
escribo esto a la luz de las velas, en un papel que ya tiene algo escrito (de
seguro más importante), mientras intento que las gotas de sudor no caigan sobre
el mismo y con un lápiz negro de pobre trazo. No es la edad media, es solo que
vivo en La Rioja y es febrero, 13 de febrero. Para ser aún más precisos...
hacen (algo así) como 34º y son las 10 de la noche de un puto domingo 13 de febrero
en la Ciudad de Todos los Santos (y tantos demonios) de la Nueva Rioja. Durante
las últimas horas de la mañana y las primeras de la tarde, se sufrieron más de
45º de temperatura. El día de ayer lo avisó de cierto modo, todo febrero lo
avisó… era el día más caliente del año. Las calles; fermentadas por la harina,
agua, vino, barro y cuanta mugre reste de las chayas barriales, se hicieron
inhabitables y el aire acondicionado fue religión.
Lo
más extraño de esta época: sin duda, es el hecho de que todos parecen
disfrutarla y yo estoy seguro de no hacerlo. El calor riojano quema hasta el
espíritu. La gente deja de ser gente, y embebida en tradiciones distorsionadas
se ahoga con su propio vómito conformista de vino y fluidos corporales ajenos…
o debe ser, que yo, que estoy afuera de todo el cambalache de amoríos fugaces,
borracheras y caravanas los veo así y miren que a mi me gusta la joda, es solo
la época.
Voy
a dejar de lado a la gente, que poco tiene que ver con mi infortunio, con mi
padecer. Ayer también hizo mucho calor, tanto calor… que sumado al consumo
excesivo de energía eléctrica, porque todo el mundo permanecía en su hogar con
su aparato acondicionador prendido y andando al máximo de sus posibilidades, se
produjo una saturación y un sobrecalentamiento en los generadores por lo que
los transformadores que proveían el suministro de luz en ciertas zonas de la
ciudad sorteadas al azar (entre ellas mi barrio) sucumbieron ante lo que
denominaban “cortes aleatorios y preventivos”; al menos eso me dijo el empleado
de la empresa monopólica, extorsiva, que le provee este servicio a toda la
ciudad cuando llamé desde mi celular para preguntar qué había pasado. Todo esto
se dio a eso de las siete de la tarde y yo estaba como todos refugiado y
disfrutando de las comodidades del Split que tengo en mi cuarto mientras leía
en mi computadora “Pecados sin cuento” de Richard Ford, un compilado de algunos
de sus cuentos, bastante entretenidos y a veces morbosos. De un segundo al otro
nada funcionaba. No pasaron más de dos minutos y llamé, me dijeron eso que
aclaré antes y:
–Disculpe
señor, pero no podemos hacer nada. Los cortes fueron avisados durante la semana
en todos los medios de comunicación– Era sábado.
–Bueno,
ahora aclarame esto…– respiré para tranquilizarme y continué –Ya no puede tocar
mi barrio de nuevo ¿no?
–Si
puede, se sortean todas las zonas, todos los días y por 2 horas, va a ser así
solo por las siguientes dos semanas señor.
–¿Y
qué posibilidades existen de que vuelva a tocarle a mi barrio?
–Las
mismas que tenía hoy, 1 en 56.
–¡Bue!
Espero no tener el mismo mal orto mañana…
–Esperemos
que no señor.
Todos
los servicios, telefónicos, de luz, de agua, de gas, internet, lo que se te
ocurra; todos ponen a gente insensible a trabajar en asistencia al público.
Ninguno es buen actor, ninguno triunfaría en los teatros porque no pueden
fingir algo tan simple como el interés. Cada llamado, para ellos, es una
molestia, un boludo con el derecho a quejarse, al cual deben aguantar e
intentar ayudar hasta últimas instancias, aun sabiendo desde el principio que
nada pueden hacer por ellos.
No
es la intención real de quien escribe el caer en el cliché, ni en lo trillado,
todo fue mera casualidad, que mi barrio haya tocado de nuevo, pasarme una hora
puteando, el prender una vela, el buscar un lápiz, todo. El 1 en 56 parecía
confiable. –¡La puta madre, loco! ¡De nuevo a mi barrio! ¡Estos hijos de puta
se cagan enteros en la gente!– eso grité para empezar y tuve que llamar desde
mi celular nuevamente para escuchar la misma respuesta, por parte de otra
persona. Esta vez eran las 9 PM.
–Si
flaca, ya sé como es la cuestión con lo de los cortes…– había perdido la
paciencia –¡Ayer también llamé!
–Bueno
señor, le pido mil disculpas, pero no puedo hacer nada por usted.
–Vos
estás en una oficina o en donde sea con aire acondicionado, yo estoy en mi casa
transpirado hasta las bolas en el día más caluroso del año y harto de que nadie
pueda hacer nada para ayudarme– hubo un silencio y seguí –lo mínimo que podés
hacer es bancarte mis ganas de putear aunque no solucione nada, la re concha
bien de la lora, porque vos y todos los hijos de puta que están arriba y abajo
tuyo son unas mierdas inconscientes y se refriegan a los clientes por el orto.
–Señor,
por favor adecúe su lenguaje o voy a tener que colgar.
–Si
ofrecés un servicio de mierda, que encima es el único, no te hagas la correcta,
que de seguro te mamaste más puteadas que porongas y sabés bien que todos
tienen razón y derecho a hacerlo, porque cobrás prácticamente por eso y porque
sos una negra del orto que no puede dar soluciones.
–¡Pará
un poco che! no te pases, que si pudiese ayudarte lo haría. No tengo la culpa
de lo que te está pasando– me dijo enojada y controlándose (claramente grababan
las llamadas).
–¡No
te hagas! Te importa una mierda, a vos y a todos esos hijos de re-mil putas que
se gastan la guita en merca y en pagarle a pelotudas como vos que nunca pueden
hacer nada, en vez de invertir para mejorar el conchudo servicio ¡Esto no pasa
ni en África!
Colgó.
Yo me sentía mucho mejor.
La
luz volvió a eso de las 10:59 PM. Estaba escribiendo esto, iba por la parte en
la que hablo con el muchacho que me atendió ayer. En mi casa el corte dejó como
saldo un televisor quemado, el motor de mi aire acondicionado (destruido), dos
focos también quemados en el fondo y un ventilador de techo sin funcionar en la
cocina. En las dos casas que están al lado de la mía pasó algo similar, a
tantos otros también les pasó. La gente en el kiosco, en la carnicería y hasta
los turros del barrio (una nueva tribu urbana, al parecer), que se juntan en la
plaza, en su lenguaje de simios raquíticos con piercing hablaban de eso.
Me
imaginé haciendo una cola de media cuadra a las 9 de la mañana del lunes para
reclamar. Imaginé a doña Ernestina puteando a diestra y siniestra a los
empleados, como lo hacía en la carnicería. Me vi indignado recibiendo
explicaciones insatisfactorias frente a un tipo o una tipa sin título secundario.
Acto siguiente, pensé en los indios que habitaban antes La Rioja. Estaba fumando
marihuana y pude deducir que los indios de seguro también fumaban; de otra
manera ¿qué carajo harían a estas horas sin luz eléctrica?
Después
sentí vergüenza de mi mismo por pensar tantas estupideces y me dispuse a
terminar esto para pasarlo a la computadora, pero ya no tenía tantas ganas.
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