Como balas, pequeñas cuentas de sol que se filtran
sin piedad por la persiana acribillan mis ojos. Es domingo y no sé qué hora es.
Manoteo algo en la mesa de luz desde la cama, aun con los ojos cerrados a la
fuerza y en vano, no me despertó ningún despertador, tampoco es que tenga uno.
Huelo muy mal, a vino en tetra, a litros de cerveza, a sudor de tipos que
hicieron pogo.
Tengo el ojo algo hinchado ¡¿qué mierda?!
tremendo sopapo me comí y apenas me acuerdo, por eso dolía tanto despertar. Se
quien lo hiso, pero no sus motivos… andá a saber, seguro lo insulté, el
devolvió el insulto y yo di el primer golpe; directo a la mandíbula. Puedo
recordar como el y su barba retrocedían como respuesta, fue un buen golpe, pero
no lo suficiente fuerte. El suyo fue descarado, atacó mi ojo de costado mientras
yo hablaba con su prima, una chica nada linda, pero chica en fin, tampoco es
que el abanico sea tan extenso en recitales de heavy metal; ya se había pasado
la barrera de las 4 am, a eso se le suma mi ebriedad. En fin, su puño se
incrustó en mi sien y en parte de mi ojo, de forma descarada como ya dije,
desde el costado y sin que yo pudiera esperarlo, me tumbó, me levanté y nos
trenzamos, un golpe a la vez. Llegaron los dos policías que estaban en la
entrada y nos sacaron a palazos. Afuera volvimos a agarrarnos y los policías
volvieron a surtirnos con sus palos para separarnos. Ambos nos fuimos
rengueando, el por su lado y yo por el mío. Ahora ¿cómo llegué? Solo los
árboles que me vieron pasar lo deben saber, aunque escuché por ahí que los
árboles ignoran a los borrachos.
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