domingo, 30 de diciembre de 2012

El gran gallo negro


La noche
No acostumbro a manejar ebrio, pero esa vez no tenía opción, ya estaba ebrio y ya estaba manejando, había una luz intermitente en mi sien y pelusas en mis bolsillos, el alcohol nunca fue gratis mientras viví en este mundo.  De alguna forma me tenía que volver a casa y mis amigos estaban iguales o peor, así que tuve que dejarlos en sus casas y pasar a la mía en el peor de los estados.

La ocasión y la junta; el cumpleaños de Miguel, un pibe que ya no es mi amigo, pero me saluda cuando me ve por ahí. Cumplía 25, era miércoles y Clemente bar estaba abierto casi solo para nosotros  (Miguel, dos amigos más y yo), un par de pibes que jugaban al pool en una de las mesas, una parejita que apretaba en un rincón al son del rock nacional que ahí pasan y un par de pibas que andaban de la mano, se sentaron una frente a la otra y conversaron mientras se tomaban su cerveza y se daban un par de truchazos cada tanto, algo que me pareció muy bueno y hasta dulce.    

El invierno estaba a la orden del día, de la noche mejor dicho y nos acompañaba desde hacía ya unos tres días con temperaturas menores a los cinco grados, yo estaba bien abrigado, todos lo estábamos, no había sexo en el ambiente, ni por cerca, solo amigos conversando y gente haciendo lo suyo de fondo. No tomamos más que cerveza, a pesar del frío, unas seis o siete, y cuando la última gota se borró de los vasos comenzamos a pararnos; antes de irnos desfilamos al baño en grupo, y desde la barra el dueño del local, “Walter” si mal no recuerdo, parecía haber notado que era el cumpleaños de uno de nosotros, alzó la voz y nos dijo:

-Muchachos ¿De quién es el cumpleaños?
-Mío- Dijo Miguel, mientras todos lo mirábamos en sincronía.
-Bueno, vayan “tranqui” a vaciar los tanques al baño, que cuando vuelvan la casa invita una birra.
-¡Gracias señor, ya volvemos!- respondió Miguel otra vez en nombre de todo el grupo y seguimos nuestra marcha a los baños.

Volvimos y efectivamente, en la barra nos esperaba Walter con una cerveza cerrada, que comenzó a abrir cuando nos terminamos de acomodar sobre la barra. A un costado estaban una mujer de edad, bastante atractiva (escotada, y su figura bien conservada le permitía llevar unos pantalones de cuero negros como la noche) y una piba que no pasaba los veinticinco años, también bonita, ambas hacían caja, movían sus trastes, contaban cosas, contaban guita y parecían apuradas, entendible para un ya jueves a las 5:40 am.

-Yo no les voy a servir- Dijo Walter -traigan sus vasos y sírvanse ustedes.-

Así que nos levantamos y volvimos a nuestros lugares antiguos por nuestros vasos, los levantamos y volvimos a la barra. Tomamos la cerveza y pagamos una más, las chicas de la caja parecían odiarnos, intenté calmar las aguas.

-¿Tienen en qué volver chicas?- Pregunté con ciertos problemas de modulación.

Solo silencio acompañó mi pregunta, que en tono de borracho y ya sin música en el lugar había sido escuchada con total claridad. Bueno, básicamente, eso fue lo más cerca que me sentiría de una fémina esa noche, luego comenzamos a hacer fondo blanco de la última cerveza para terminar rápido. Salimos del lugar y el aire fresco en mi cara fue como una piña de campeón, la muerte de la noche para mi. Me senté en mi auto y dormí los dos minutos que tardaron los pibes en salir, entre otro viaje al baño y la despedida con el gentil dueño del lugar. Me desperté y empecé a manejar en un mar de colores inestables, de calles que se ensanchaban y retraían a medida que avanzaban, de baches sin tapar y badenes que no avisan su llegada.

La vuelta
Logré dejar a todos mis amigos en sus respectivas casas. Y camino a la mía pensaba: “Vamos, no es la primera vez, siempre fue una mierda hacerlo, pero no es la primera vez”. Bajaba por Rivadavia, no recuerdo a qué altura, y tuve que parar el auto, bajarme y vomitar, toda la mierda afuera, una señora andaba caminando por ahí.

-No puede estar manejando así de borracho- Dijo la vieja ortiva, anciana cliché, canas ruludas, lentes con marcos más gruesos que sus brazos y más arrugas que ganas.
-Usted no puede estar despierta a esta hora caminando por la calle- Respondí con bronca de indio.

Me subí a mi auto de nuevo, ya más fresco, no del todo, pero al menos ya no sentía malestar, ni esa luz en mi sien, solo ebriedad. Pasé Rivadavia, pasé el Galpón de la vieja estación, pasé los barrios que le siguen y mientras doblaba para incorporarme a San Nicolás de Bari, avenida que me lleva a casa por lo general, en el retrovisor vi un gallo negro enorme y autos que le pasaban cerca, asustándolo un poco, pero no logrando que se moviera de la senda. Frené el auto y el plan era pensar un poco en lo que estaba a punto de hacer y actuar, pero olvidé el plan y solo me bajé. Encaré a ese gallo y el hizo de todo el asunto algo totalmente personal, debido a los fallidos intentos de agarrarlo por mi parte, bicho del orto era escurridizo, al punto de que me terminaría frustrando, al punto de tirarme de un salto sobre el para poder agarrarlo. Casi al instante, una voz en pos de grito cubrió todo el lugar.

-¡PENDEJO DE MIERDA! ¡Me querés robar el animal!- Era un viejo, también cliché. Esta experiencia me ayudaría a tener más cuidado durante lo que quede de mi vida con la gente cliché.
-¿Qué? No señor, todo lo contrario, su gallo estaba en medio de la avenida y ya comienzan a circular los autos, por eso bajé de mi auto, para ayudarlo a llegar a la vereda.- Respondí modulando como convicto.
-No te vengas a hace el pelotudo, pendejo borracho ¡Largá ese gallo en ese mismo lugar!- Logró su cometido, yo largué el gallo de nuevo en medio de la calle, me di vuelta y comencé a caminar a mi auto.
-¡Perdételo por el orto viejo conchudo!- Grité mientras apuraba mi paso, algo en mi me decía que alguien que tuviese un gallo en la ciudad no tendría drama de tener una escopeta o algo por el estilo dentro de su casa, así que apuré aún más mi paso cuando vi al viejo meterse sagazmente.

Efectivamente, sacó un arma vieja que vi desde lejos y no hubiese podido reconocer aun viéndola de cerca, no sé casi nada de armas, solo que tal vez en un par de años más sean tan necesarias como la paz mundial o el amor. La cuestión es que el viejo vigilaba mi andar de vuelta al coche y no decía nada, luego, de forma trágica, una Hilux gris, inmensa como suelen ser las Hilux, lograría coincidir el trayecto de su rueda delantera derecha con la posición del pobre gallito, que fue reducido a un manojo de plumas que se desprendían a medida que las ruedas de la camioneta giraban, también se había convertido en el decorado de ese sector de la avenida y por último, en la torcida a mi favor en el pulso que había comenzado sin querer con ese viejo choto, pero no celebré esa victoria, solo sentí algo de bronca para con el viejo, yo podría haber salvado a ese gallo, el viejo, quebraría en llanto silencioso y se guardaría en su casa, no sé si para buscar los elementos necesarios para limpiar la calle o para escapar de la irónica risa del tiempo que fluye en espacio.

Volví a casa disgustado, cruzando los dedos, pidiendo al aire que pasen rápido los años y que esa generación de gente de mierda termine de fenecer, un consuelo me diría que no pasarían mucho más de diez años antes de que esto ocurra, limpiandosé así La Rioja de los que ya no tienen cura y creen saberlo todo, para barajar y dar de nuevo, un lugar mejor para los gallos.




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