La noche
No
acostumbro a manejar ebrio, pero esa vez no tenía opción, ya estaba ebrio y ya
estaba manejando, había una luz intermitente en mi sien y pelusas en mis
bolsillos, el alcohol nunca fue gratis mientras viví en este mundo. De alguna forma me tenía que volver a casa y
mis amigos estaban iguales o peor, así que tuve que dejarlos en sus casas y
pasar a la mía en el peor de los estados.
La
ocasión y la junta; el cumpleaños de Miguel, un pibe que ya no es mi amigo,
pero me saluda cuando me ve por ahí. Cumplía 25, era miércoles y Clemente bar
estaba abierto casi solo para nosotros
(Miguel, dos amigos más y yo), un par de pibes que jugaban al pool en
una de las mesas, una parejita que apretaba en un rincón al son del rock
nacional que ahí pasan y un par de pibas que andaban de la mano, se sentaron
una frente a la otra y conversaron mientras se tomaban su cerveza y se daban un
par de truchazos cada tanto, algo que me pareció muy bueno y hasta dulce.
El
invierno estaba a la orden del día, de la noche mejor dicho y nos acompañaba
desde hacía ya unos tres días con temperaturas menores a los cinco grados, yo
estaba bien abrigado, todos lo estábamos, no había sexo en el ambiente, ni por
cerca, solo amigos conversando y gente haciendo lo suyo de fondo. No tomamos
más que cerveza, a pesar del frío, unas seis o siete, y cuando la última gota
se borró de los vasos comenzamos a pararnos; antes de irnos desfilamos al baño
en grupo, y desde la barra el dueño del local, “Walter” si mal no recuerdo,
parecía haber notado que era el cumpleaños de uno de nosotros, alzó la voz y
nos dijo:
-Muchachos
¿De quién es el cumpleaños?
-Mío-
Dijo Miguel, mientras todos lo mirábamos en sincronía.
-Bueno,
vayan “tranqui” a vaciar los tanques al baño, que cuando vuelvan la casa invita
una birra.
-¡Gracias
señor, ya volvemos!- respondió Miguel otra vez en nombre de todo el grupo y
seguimos nuestra marcha a los baños.
Volvimos
y efectivamente, en la barra nos esperaba Walter con una cerveza cerrada, que
comenzó a abrir cuando nos terminamos de acomodar sobre la barra. A un costado
estaban una mujer de edad, bastante atractiva (escotada, y su figura bien
conservada le permitía llevar unos pantalones de cuero negros como la noche) y
una piba que no pasaba los veinticinco años, también bonita, ambas hacían caja,
movían sus trastes, contaban cosas, contaban guita y parecían apuradas,
entendible para un ya jueves a las 5:40 am.
-Yo
no les voy a servir- Dijo Walter -traigan sus vasos y sírvanse ustedes.-
Así
que nos levantamos y volvimos a nuestros lugares antiguos por nuestros vasos,
los levantamos y volvimos a la barra. Tomamos la cerveza y pagamos una más, las
chicas de la caja parecían odiarnos, intenté calmar las aguas.
-¿Tienen
en qué volver chicas?- Pregunté con ciertos problemas de modulación.
Solo
silencio acompañó mi pregunta, que en tono de borracho y ya sin música en el
lugar había sido escuchada con total claridad. Bueno, básicamente, eso fue lo
más cerca que me sentiría de una fémina esa noche, luego comenzamos a hacer
fondo blanco de la última cerveza para terminar rápido. Salimos del lugar y el
aire fresco en mi cara fue como una piña de campeón, la muerte de la noche para
mi. Me senté en mi auto y dormí los dos minutos que tardaron los pibes en
salir, entre otro viaje al baño y la despedida con el gentil dueño del lugar.
Me desperté y empecé a manejar en un mar de colores inestables, de calles que
se ensanchaban y retraían a medida que avanzaban, de baches sin tapar y badenes
que no avisan su llegada.
La vuelta
Logré
dejar a todos mis amigos en sus respectivas casas. Y camino a la mía pensaba:
“Vamos, no es la primera vez, siempre fue una mierda hacerlo, pero no es la
primera vez”. Bajaba por Rivadavia, no recuerdo a qué altura, y tuve que parar
el auto, bajarme y vomitar, toda la mierda afuera, una señora andaba caminando
por ahí.
-No
puede estar manejando así de borracho- Dijo la vieja ortiva, anciana cliché,
canas ruludas, lentes con marcos más gruesos que sus brazos y más arrugas que
ganas.
-Usted
no puede estar despierta a esta hora caminando por la calle- Respondí con
bronca de indio.
Me
subí a mi auto de nuevo, ya más fresco, no del todo, pero al menos ya no sentía
malestar, ni esa luz en mi sien, solo ebriedad. Pasé Rivadavia, pasé el Galpón
de la vieja estación, pasé los barrios que le siguen y mientras doblaba para
incorporarme a San Nicolás de Bari, avenida que me lleva a casa por lo general,
en el retrovisor vi un gallo negro enorme y autos que le pasaban cerca,
asustándolo un poco, pero no logrando que se moviera de la senda. Frené el auto
y el plan era pensar un poco en lo que estaba a punto de hacer y actuar, pero
olvidé el plan y solo me bajé. Encaré a ese gallo y el hizo de todo el asunto
algo totalmente personal, debido a los fallidos intentos de agarrarlo por mi
parte, bicho del orto era escurridizo, al punto de que me terminaría frustrando,
al punto de tirarme de un salto sobre el para poder agarrarlo. Casi al
instante, una voz en pos de grito cubrió todo el lugar.
-¡PENDEJO
DE MIERDA! ¡Me querés robar el animal!- Era un viejo, también cliché. Esta
experiencia me ayudaría a tener más cuidado durante lo que quede de mi vida con
la gente cliché.
-¿Qué?
No señor, todo lo contrario, su gallo estaba en medio de la avenida y ya
comienzan a circular los autos, por eso bajé de mi auto, para ayudarlo a llegar
a la vereda.- Respondí modulando como convicto.
-No
te vengas a hace el pelotudo, pendejo borracho ¡Largá ese gallo en ese mismo
lugar!- Logró su cometido, yo largué el gallo de nuevo en medio de la calle, me
di vuelta y comencé a caminar a mi auto.
-¡Perdételo
por el orto viejo conchudo!- Grité mientras apuraba mi paso, algo en mi me
decía que alguien que tuviese un gallo en la ciudad no tendría drama de tener
una escopeta o algo por el estilo dentro de su casa, así que apuré aún más mi
paso cuando vi al viejo meterse sagazmente.
Efectivamente,
sacó un arma vieja que vi desde lejos y no hubiese podido reconocer aun viéndola
de cerca, no sé casi nada de armas, solo que tal vez en un par de años más sean
tan necesarias como la paz mundial o el amor. La cuestión es que el viejo
vigilaba mi andar de vuelta al coche y no decía nada, luego, de forma trágica,
una Hilux gris, inmensa como suelen ser las Hilux, lograría coincidir el
trayecto de su rueda delantera derecha con la posición del pobre gallito, que
fue reducido a un manojo de plumas que se desprendían a medida que las ruedas
de la camioneta giraban, también se había convertido en el decorado de ese
sector de la avenida y por último, en la torcida a mi favor en el pulso que
había comenzado sin querer con ese viejo choto, pero no celebré esa victoria,
solo sentí algo de bronca para con el viejo, yo podría haber salvado a ese
gallo, el viejo, quebraría en llanto silencioso y se guardaría en su casa, no
sé si para buscar los elementos necesarios para limpiar la calle o para escapar
de la irónica risa del tiempo que fluye en espacio.
Volví
a casa disgustado, cruzando los dedos, pidiendo al aire que pasen rápido los
años y que esa generación de gente de mierda termine de fenecer, un consuelo me
diría que no pasarían mucho más de diez años antes de que esto ocurra,
limpiandosé así La Rioja de los que ya no tienen cura y creen saberlo todo,
para barajar y dar de nuevo, un lugar mejor para los gallos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario