jueves, 6 de diciembre de 2012

La primera vez




Hoy cruzamos la puerta del cuarto juntos por última vez. Cogimos y nos pusimos a hablar, yo en mi lado, ella en el suyo. 

-No siento lo mismo que vos. 
-Si se, y te voy a esperar, ¿te acordás?– Dijo mirándome con los ojos bien abiertos.
-No quiero, esto no da para más. Venís esperando mucho, pero todo esto, sinceramente, me parece una mentira y hasta siento que estoy atado solo porque vos estás esperando– Fueron las palabras definitivas. 

Nunca le había cortado a nadie, mis relaciones "serias" por lo general tenían este aspecto de diapositivas con fotos a revelar y justamente, antes de que el rollo sea revelado, podías ver claramente que cada imagen conducía al mismo lugar de siempre, una chica enojada leyendo mi sentencia, yo reconociendo mi error y aceptando la soledad. Mi falta de interés en todo el asunto llegaba a causarme pena, al punto de culparme por algo de lo que no tenía culpa alguna, no era para mi, o al menos a mi no me gustaba, aunque me esforzara. 

Gritó, lloró, y luego golpeó mi pecho con la base de sus puños, como a una puerta que se cierra injustamente en su rostro.
-¿Por qué carajo no podés estar conmigo y sentir por mí lo que siento por vos? ¡Hijo de puta! –Empezó murmurando y terminó gritando, mientras se dejaba caer sentada bruscamente sobre la cama.
El silencio me consumió como a un pucho, como cada vez que no sabía que decirle cuando me preguntaba por alguna chica que me saludaba con una sonrisa rara en la calle o que frecuentaba mi celular con mensajes de texto y llamadas. 
Solo atiné a mirarla mirándome, odiándome, quería cagarme a palos; tal vez quería morderme, prenderme fuego o torturarme con electroshock en las bolas.
-Llevame a casa –habló su boca en tono quebrado y frágil, como si tuviese frío.
Me levanté, intenté ayudarla a levantarse, golpeó mi mano con su mano y un anillo de proporciones épicas que tenía en el dedo menos amistoso le dio con todo a la uña de mi dedo índice. Me hice a un lado y la dejé pasar, mientras la puteaba para mis adentros.
Solíamos cruzar esa puerta juntos, ella abrazaba mi torso, a la vez dejaba que el perfil de su rostro se apoye en mi buzarda.
El panorama era distinto esta vez, cruzó ella primero y yo después, el momento me resultó hilarante. Fue como un vistazo de último adiós a su espalda.

Ya en el auto, fijó su mirada hacia delante. Puse algo de música para acompañar el momento, Aerosmith, si mal no recuerdo. Era un viaje de 15 a 20 minutos y hacía calor. No debería haberle preguntado “¿estás bien?” pero lo hice, soy un caballero después de todo, ella se limitó a guardar silencio seco haciendo obvia su respuesta.
No pude encontrar entre las caras de la gente que caminaba por el centro de la ciudad una cara tan triste como la suya, o como la mía. Estaba dejando un mundo de comodidades y compañía de lado. Llegamos a su casa y no me dijo nada, solo me miró fijamente por 2 segundos, y se bajó agarrando su pecho, como ayudándose a sí misma a guardar la compostura.
Sin parecerse ni por cerca a lo que venden las películas esa fue la primera vez que yo dejaba a alguien, en ese entonces la única que aseguraba amarme y no creo que hasta ahora alguien me haya amado como ella decía hacerlo; se bancó muchas cosas y la peleó hasta donde pudo, pero no se puede ganarle a la conciencia y yo sabía que no iba a ningún lado. Nunca fui de los que aguantan por aguantar, solo porque es la mejor opción, me arrepiento de haberlo hecho en esa ocasión. 
Decidí perderlo todo esa tarde, porque para mí no era nada. Perderla a ella, que se regalaba a mí por completo y sin medidas, mientras yo me regalaba a todas por igual.

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