El
la miraba desde un rincón de la fiesta, estaba todo oscuro y su rincón lo
estaba aún más. Era un tipo buen mozo, algo alto, barba a candado y pelo corto,
casi militar pero lo cubría cierta aura de morbosidad y maquiavelismo, lo que lo hacía poco deseable a las mujeres. La muchacha, algo regordeta, baja, tetona y rubia bailaba, y de vez en
cuando también lo miraba, pero con miedo y extrañeza, como a un
desconocido familiar, de esos que se frecuentan de camino al super o al laburo.
El
lugar era un manojo de gente de buen bolsillo y escasos recursos mentales, un
galpón alejado de la ciudad, pero sin salir de ella y bien ornamentado, en
vano, por lo oscuro, pero como todo, la oscuridad misma marcaba implícita un
motivo, la anarquía de cuerpos desnudos y ebrios y drogados e insolentes.
Gente
“fifí” rebelde entre cuatro paredes, grandes dotaciones de cocaína a
disposición gratuita de toda nariz que se acercara a la barra, botellas de
licores caros e impronunciables y música electrónica elaborada desde lo que
parecía ser un altar por un DJ poco ingenioso, pero del mismo status que los
miembros de la audiencia, mera burla al arte que terminaba por dar equilibrio a
todo; equilibrio que se habría perdido por completo con la simple presencia de
un “cabeza de tacho”, como ellos les dicen, alguien pobre o un negro de mierda
para el resto de la gente que no hace uso de prejuicios.
Volviendo
a ellos dos; el caminó hacia ella con la mirada fija y vacía. Ella comenzó a
asustarse, pero siguió bailando, después de todo, estaba con su gente y todos
eran civilizados, al menos entre sí.
-Hola
nena- La saludó al oído en voz fuerte y clara.
-¿Te
conozco?- Respondería la chica de igual manera.
-Pareciera
que si ¿no?
-Creo
que te vi por el barrio, pero nunca hablamos.
-Es
lo que estamos haciendo ahora.
-Ah,
qué bueno que seas inteligente.
-Hago
mi mejor intento.
-¿Esto
es un intento?
-Lo
es…
-No
me gustás y no creo que nada de lo que me digas pueda cambiarlo- Dijo ella y
comenzó a alejarse.
-Vamos
nena, me estabas mirando, nos estábamos mirando, esperé este momento toda la
puta noche- Exclamó apretando los dientes con rabia, mientras con su mano
apretaba el brazo de la pobre gordita falta en expresiones.
-Si
te miré fue porque me mirabas con esa cara de depravado, no porque quería algo
con vos, me das miedo- Ciertamente, le daba miedo y su brazo aprisionado por el
fuerte apretón se había marcado debido a la fuerza aplicada sobre él y el
esfuerzo por soltarse, luego se alejaría un poco.
Ahora la miraba parado en medio de la pista, ella, a dos metros de distancia se había
alejado tanto como lo permite el fracaso de un chamuyo para reincorporarse a su
grupo.
Este
muchacho no estaba nada acostumbrado al rechazo, a pesar de siempre elegir lo
que consideraba como seguro, pero, ¿Qué es lo seguro? Y más en la noche y su
crueldad, aunque el resto parecía disfrutarlo, ya que la mayoría había
encontrado una pareja con la cual tener sexo, dejando así mucho lugar en la
pista y abarcando casi por completo los sillones que estaban ahí justamente
para eso.
Todo
terminó, cada quien subiría a su auto para volver a casa, camino a los coches
la volvió a cruzar.
-Vamos
nena, te tiro hasta tu casa, vivimos en el mismo barrio- Barrio privado, por supuesto.
-No
te conozco y sé que vivimos cerca, pero tengo quien me lleve, así que gracias…
pero no gracias- Minutos después, tras la partida de su acosador subiría a un Land Rover con otro muchacho.
-¡Andá
gorda del orto!- Le gritó, ella se alejaba, el arrancó reventando en
odio mientras miraba por el retrovisor como ella continuaba conversando con sus
amigas antes de subir al Rover.
Se
cercioró de llegar rápido al barrio, que tenía en su entrada una garita para un
guardia obeso y viejo, lo saludó con un gesto y siguió. Ya era domingo y el sol
había asomado casi la mitad de su luz. Al llegar no guardó el Bentley de su
viejo, se metió a su casa, levantó el teléfono y llamó al guardia.
-¿Alberto?
-Señor
Svensson, ¿en qué le puedo servir?
-Si…
vine desde el lado sur del complejo y un par de tipos que tomaban vino posados
en las rejas me tiraron piedras al pasar ¿podrías ir a echarlos? Yo tengo que
salir de nuevo, olvidé algo en lo de mi chica y a la vuelta paso por ahí de
nuevo- Mintió, era soltero, pero el guardia sabía de quienes vivían en ese
barrio lo suficiente, nombre, apellido y chismes, como de él sabía que le
gustaban las gorditas y que no tenía mucha suerte.
-Sí
señor, ¡ahora mismo voy para allá! ¿le dejo arriba las barreras?
-Por
favor Alberto…
Alberto
corría a paso lento, le tomaría un minuto llegar hasta la casa de los Svensson
para fingir interés y otros siete u ocho caminar pasada la casa hasta el lado
sur del basto complejo.
Salió de su casa con un fierro escondido en el abrigo y se metió rápido en el
auto a esperar lo calculado; y fue ahí cuando vio el gigante Land Rover en el
que la chica se había subido. Antes de la entrada había un Boulevard floreado
de unos cincuenta metros, ella se bajó al comienzo de este ya que no quería ser
vista con su amigovio, pudor inocente de las primeras andanzas.
Dentro
del auto y una vez que el Rover estaba lo suficiente lejos, Svensson arrancó,
giró en u y apuntó su auto a ella, que caminaba apenas dentro del complejo.
Puso el auto a la par, se bajó, sacó su fierro del abrigo y ella no pudo oponer
resistencia alguna, su cabeza quedaría magullada por dos golpes certeros y veloces;
luego, rápidamente la subió al auto, tarea fácil para sus fuertes brazos. La
arrojó en los asientos traseros, puso primera y salió del complejo. Lo efímero
del acto no permitió a la sangre dejar rastro más que de ínfimas gotas que el gordinflón Alberto nunca vería.
Llegó
al dique de la ciudad tras pasar el puesto control sin gente, en el camino le
habría dado un par de golpes más para asegurarse el si por completo en esta
ocasión. Buscó el lugar que solían frecuentar con sus amigos, una especie de
playa lejos de la ruta y comenzó su faena. La vio ensangrentada y si bien, ya
no le causaba tanto como al principio de la noche, ni mucho menos como después
de esnifar tanta merca o de tomar tanto vodka, la sacó del auto, arrancó su
falda corta con las manos, la puso boca abajo, sacó su verga y la apuñaló con
ella una y otra vez hasta acabar, pero con la meticulosidad de no mancharse con
su sangre. Luego le puso su abrigo y llenó todos sus bolsillos de piedras y
cuanto objeto pesado encontró. La hizo rodar desde el borde al dique y vio cómo
se hundía, con la mirada aun vacía y mientras colocaba un cigarro en su boca.
Al volver, pasó por el barrio San Vicente y a no más de cien metros de un grupo
de muchachos ebrios que le gritaban toda clase de cosas dejó el auto con la
puerta abierta y la llave adentro. Corrió hasta la avenida más cercana y no
paró hasta cruzarse con un taxi para volver a casa.
Luego
de ser descuartizado, el auto sería quemado por los negros, que a pesar de la
gran cantidad de sangre, no dejaron de interesarse solo por lo vendible o lo brillante
y por no dejar rastro alguno, a su vez, para demostrar quién manda en el barrio
y que este sea protagonista de la portada del diario.
Ella
se volvería una víctima de la trata de blancas y su cara sobre un cartel de “SE
BUSCA” compartiría junto a la imagen del Bentley quemado, la tapa del diario
del lunes.
El a lo sumo sería sospechoso, pero las pistas nunca alcanzarían de todas formas.